
Transitaba por el principio de los años 80 cuando tuve el honor de conocer a un, para mi entonces, no tan conocido Fernando Martín. Participaba con el Baskonia en un partido homenaje a Juanma Conde en su ciudad natal Salamanca, contra una selección española Sub-21, base de la que años más tarde sería medalla de plata en Los Ángeles. Recuerdo mi salida al campo y el saludo con muchos de aquellos jugadores que ya conocía; hasta que apareció un cuerpo musculado, perfecto, potente y pregunté de quien se trataba. Algún compañero veterano y con más batallas me dio pelos y señales de aquel monumento escultural nacido para el deporte. El partido fue un cúmulo de emociones y de recuerdos hacia un gran base baskonista de aquella época, y para mí el descubrimiento de una fuerza de la naturaleza en las cercanías del aro.
Me tocó ser su pareja de baile, ya que yo por aquél entonces me movía en la posición de cuatro. Cuento una anécdota enBasketconfidencial en la que en un tiro libre le pedí a Fernando que tuviese compasión de mi cuerpo enjuto, consiguiendo sacar una sonrisa del que siempre se consideró una persona muy seria. Tras aquellos primeros encontronazos vinieron otros en los que siempre se mostró cercano y humano. A la salida de un partido del mítico Pabellón de la Ciudad Deportiva, uno se daba cuenta de la locura que desencadenaba aquél joven entre la prensa, aficionados y los que no lo eran tanto, y de ahí quizás su coraza protectora confundida por algunos con mal carácter. Fue el primer jugador mediático, el estandarte de una nueva generación de baloncestistas que fueron abriendo el camino a un baloncesto en color.
Las temporadas 88/89 y 89/90 fiché por dos equipos madrileños (BBV Villalba y Caja Madrid) donde volví a tener la oportunidad de coincidir en una cancha con él que ya era una estrella consagrada. Fernando había vuelto de la aventura americana con la rabia del que sintiéndose capaz no contó con la confianza suficiente y necesaria de su entrenador para hacerlo. A mi sinceramente me es indiferente, tener los huevos de cruzar el charco en aquella época, y sin necesitarlo, demostraba el carácter ambicioso de un tipo que en Madrid lo tenía todo. Lástima de aquel maldito 3 de Diciembre de 1989. Era un domingo de partido televisado, una rutina más que se convirtió en un día que jamás olvidaremos. Viví el dolor, el silencio de los días posteriores, el llanto amargo de sus padres, hermanos, compañeros, rivales, amigos, aficionados… una capilla ardiente en el viejo pabellón que la tengo grabada en el alma y muchos recuerdos del pívot con más sangre que yo haya visto correr por las venas. El hecho es que 24 años después todavía nos frotamos los ojos y dejamos caer alguna lágrima furtiva. Fernando Martín Espina, aquél maldito 3 de Diciembre, se nos fue en cuerpo pero dejó para la eternidad un mito.
«Sólo perduran en el tiempo las cosas que no fueron del tiempo» Borges.
Escrito por Mikel Cuadra (@mikelcuadra)
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