
En la vida como en el deporte si no te fías no pidas que el otro lo haga de ti. Las relaciones humanas jamás son un camino de rosas, pero se pueden hacer mucho más agradables poniendo cada uno de su parte. Los que hemos compartido champú y sudor, sabemos que los egos, en demasiadas ocasiones, arruinan vestuarios por no ponerlos a tiempo en su sitio. La primera premisa para identificar el problema suele estar en la indefinición de los roles. El todos somos iguales, a nivel profesional, es una mentira piadosa que acaba por no creerse nadie dentro de la ducha. El propio jugador sabe si su compañero tiene el gen de la anotación, la creación o la defensa brotando por sus poros. No todos valen para todo, y asumiéndolo el rendimiento del grupo mejora notablemente. El jugador con menos calidad debe minimizar sus limitaciones y asumir con naturalidad las virtudes del otro. Para eso el entrenador pondrá sin ambages a cada uno en su sitio, de manera objetiva y clara, y sacando lo mejor del jugador para el beneficio colectivo. Nadie se creerá más por haberle dado lo que no merece, ni apocado por haber limitado sus cualidades.
El rendimiento de un jugador no sólo depende de si tiene o no virtudes, en muchísimos casos vive a expensas de caprichos arbitrarios, aunque soy de la opinión que a la larga la calidad es lo único que no engaña por mucho que la quieran ocultar. Me sirve como ejemplo la ‘transformación’ producida en Sergio Rodríguez, con la llegada a su vida de Pablo Laso. Con Messina era un base miedoso, timorato, con la mirada puesta en el banquillo para determinar la jugada. Un base que aparcaba su talento en la puño abajo o la cuatro, y que tras un mínimo error pagaban sus posaderas. Seguro que un base sin talento es inmensamente feliz y sumiso (no le queda otra) recibiendo ordenes cada segundo para ganarse los minutos, pero al que le gusta crear déjale pinturas, no le hagas el dibujo.
Pablo era también dibujante, creativo y eso lo agradecen sus excelsos jugadores. De esa libertad controlada, sin aspavientos, Laso logra un baloncesto visual donde el talento marca las jugadas.
Siempre me hicieron gracia los cuerdos que llaman loco a alguien después de haber salido del psiquiatra.
No cabe duda que son más maleables cien mediocres que un genio, y además lo bueno de los primeros es que no quitan protagonismo.
Todo con esfuerzo y trabajo es mejorable, pero la clase en grandes dosis tiene ADN; cuidarla y no tiréis de la cadena.
Escrito por Mikel Cuadra (@mikelcuadra)
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