
Todos pensamos que hay cosas que no deberían pasar, pero desgraciadamente la puta realidad nos demuestra que pasan. No somos conscientes de que un maldito minuto es capaz de parar el tiempo. Hablar de un amigo, cuando falta, es mezclar las palabras con lágrimas de impotencia. Sí Carlos, hemos compartido infinidad de partidos del Baskonia, cientos de programas de baloncesto y tantas comidas y cenas entre canastas, que me cuesta pensar lo que serán sin ti a partir de ahora. Jugamos juntos en aquellos años en los que los vestuarios se unían con unas cervezas después del entrenamiento, cuando éramos amigos antes que rivales (con la misma camiseta) apuñalándose por unos míseros minutos, y cuando la verdad se vestía por los pies de aquellos pantalones cortos. De aquella relación, entre sudores, surgió una amistad a la que los paréntesis de nuestras respectivas vidas no pudo menguar. Viviste mi boda en primera persona, unas cuantas copas del Rey, y de las otras, y sellamos una relación eterna que ningún asfalto puede romper. Samu y Mikel nos volvieron a ‘casar’ con la tele y la radio como testigos; imborrables recuerdos de un baskonista del alma que nos ha roto el corazón. Te has ido, con otro con el que compartimos mesa, mantel y sobremesa (espectacular) en aquella Copa en Madrid, Paco Rengel; pero te aseguro Carlos, que nunca faltaréis en mis largos cafés. Me niego a hablar de ti en pasado, no puedo, no debo, no lo siento. Maldigo esa carretera que te quitó del medio demasiado pronto, alabo el haberte tenido de amigo, y aseguro que te llevaré siempre en la mochila de mi vida.
Dicen que el tiempo cura las heridas, pero te digo yo que no tiene huevos de borrar la memoria. Te queremos a pesar de la putada que nos has hecho, y que sepas que en nuestras cenas ocuparás siempre el lugar que te mereces.
Carlos Salinas, un grande que ha llenado de nubes el sol de mi verano.
Escrito por Mikel Cuadra (@mikelcuadra)
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