Gregg Popovich: Las mil y una noches


Gregg Popovich

La base de este equipo es que todos cuidamos de todos. Cuando sabes que todo lo que te ocurre, ya sea bueno o malo, le importa a tu compañero, se genera un sentimiento de responsabilidad individual y colectiva inquebrantable”

Durante mil y una noches mantuvo Sherezade entretenido al sultán evitando, así, la ejecución que aguardaba a cuantas mujeres llamaba este a palacio para cobrarse la venganza de una antigua y deshonrosa traición perpetrada por una de ellas (que lo engañó y abandonó). Noche tras noche, gracias a su envolvente imaginación, la hija del visir narraba una historia que entusiasmaba al sultán, pero que siempre interrumpía antes del alba, manteniendo en el monarca el interés y el deseo de escuchar la continuación tras un nuevo ocaso.

Aquellos cuentos de tradición popular ambientados en el Oriente Próximo y la India y que se alimentaban entre sí al ser el uno la explicación del otro, bien podrían ser los que Popovich les ha venido contando a sus jugadores durante las mil y una noches victoriosas que acaba de cumplir como entrenador jefe de los San Antonio Spurs. Sólo siendo capaz de incorporar nuevos personajes, tramas o escenarios a sus historias, es posible desarrollar la consistencia que sus equipos han mostrado durante más de quince años.

El heredero natural de Sherezade, aunque de tez más pálida, nació hace sesenta y cinco años en East Chicago, Indiana, en un contexto multirracial del que siempre presume. Hasta aquí lo corriente, pues todos los demás aspectos de su biografía son apasionantes y, probablemente, nos ayudan a entender la grandeza del personaje. Licenciado en las Fuerzas Armadas Norteamericanas con el grado en Estudios Soviéticos y entusiasta lector de los clásicos rusos (Tolstoi, Dostoyevsky), un velo de secretismo se cierne sobre su posible trabajo en los servicios de inteligencia estadounidenses en la vieja Unión Soviética. “¿Teléfono rojo? ¡Volamos hacia Moscú!”, bromeaba Montes sobre la presumible labor de espionaje de Popovich aludiendo a la película de Kubrick. Nunca lo sabremos.

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Aficionado al vino tras una visita a los viñedos del Napa Valley, cursó varios seminarios de enología centrándose en los efectos que el paso del tiempo genera en los diferentes caldos. Máster, además, en Educación Física y Ciencias del Deporte, ya todo lo demás fue baloncesto. Aunque él siempre repita que el mundo es infinitamente más grande que una cancha y siempre se conceda pequeños momentos de asueto antes de retomar su obsesión.

Seis años de ayudante en la Academia Militar precedieron a ocho temporadas como entrenador principal de la universidad Pomona- Pizter, en la tercera división del país, donde, en su temporada inicial, conseguiría un récord de dos victorias y veintidós derrotas para despedirse, en la última, con un título que siempre recordará con especial afecto.

En 1987 trabajó un año gratis a las órdenes de Larry Brown en Kansas. Cómo no le iba a contratar. Enseguida se mostró inteligente, buena persona y dispuesto”. Sin duda, y a pesar de que hablar de Popovich es hacerlo de un hombre hecho a sí mismo, Brown iba a ser su principal mentor. Y bueno, ya saben, si giramos el rollo de la película hacia atrás (algo ya puramente metafórico) terminaríamos enlazando, a través de Dean Smith, tutor de Larry, y su maestro, Phog Allen, con el mismísimo James Naismith, el fundador de este magnífico deporte.

Pero Gregg Popovich no bebería únicamente de la tradición de la Universidad de Kansas, sino que en 1992, tras cuatro años como ayudante de Brown en San Antonio, aceptó el reto de formar equipo con Don Nelson, en Golden State Warriors. Y bueno, hablar de Nelson es hablar del “small ball”, del “run and gun” y, en definitiva, de un juego practicado a mil revoluciones (y casi tantas posesiones por partido). Así, una vez exploradas las dos caras de la luna, la brillante y la siempre oculta a nuestra vista, se consideró preparado para asumir el cargo de General Manager de San Antonio Spurs. Era 1994. Comenzaba la aventura.

Hubo tiempos difíciles, no cabe duda. Tras dos temporadas regulares brillantes, en el entorno de las sesenta victorias, seguidas de dolorosas derrotas en el playoff, Popovich, aun siendo consciente de que el récord negativo del inicio de la temporada 1996-1997 obedecía básicamente a la baja por lesión de David Robinson, decidió sustituir a Bob Hill en el cargo de entrenador afincándose él mismo en el puesto. Al parecer, aunque satisfecho con el rendimiento ofensivo, creía que Hill no tenía el carácter necesario para imprimir en sus jugadores el espíritu defensivo que se convertiría, poco tiempo después, en el sello inconfundible de la franquicia. Y de nuevo, repitiendo la experiencia de la Academia Pomona-Pitzer, volvió a estrenarse con un histórico récord negativo, un balance de 20-62.

Gregg Popovich no duda en bromear cuando le sugieren que es un innovador. “Mi única innovación fue elegir a Tim Duncan en 1997”. Sin duda, las facturas telefónicas de los meses de mayo y junio de aquel año debieron ser cuantiosas, aunque, como no siempre sucede, los resultados de aquella inversión han sido especialmente rentables.

No fue brillante la primera temporada de la dupla Duncan-Robinson, con una prematura despedida en la primera ronda del playoff, pero sí, en cambio, la segunda, donde además de los dos interiores brillaron con luz propia algunos veteranos como Avery Johnson o Sean Elliott, el pegamento perfecto de aquellos Spurs en los que se empezaban a atisbar alguna de las cualidades que aún conservan. Aunque no, precisamente, la brillantez en ataque.

Torres gemelas

De hecho, los títulos de 2003, ante New Jersey Nets, y 2005, ante Detroit Pistons, coinciden con finales con pésimos ratios de audiencia. En los Spurs todo se basaba en la defensa, capitaneada por el nunca suficientemente valorado Bruce Bowen, y en un juego en ataque bastante simple que pasaba porque en cada posesión la bola le llegara a esa innovación llamada Tim Duncan. Si le dejaban uno contra uno, tiro a tabla o gancho. Si le trampeaban en defensa, el pase más simple. Así, sin efectos especiales. Casi en blanco y negro si no fuera por el reflejo dorado de los anillos que iban coleccionando con aquella primitiva fórmula.

La fórmula funcionó, por cierto, gracias al proceso de renovación al que se veía expuesta cada verano. Nuevos escoltas (Steve Smith, Stephen Jackson, Michael Finley,…) y pívots (Kevin Willis, Fabrizio Oberto, Nazr Mohammad,…) veteranos complementaban a un big three en el que Tony Parker y Manu Ginobili, se habían incorporado para acompañar a Duncan. Precisamente, en la formación del francés, invirtió gran parte de su tiempo, y de su salud, Gregg Popovich, llegando a asegurar que muchas de las derrotas de la temporada 2000-2001 podrían haberse evitado relegando al parisino a más minutos de banquillo. “El futuro no era Antonio Daniels. El futuro se llamaba Tony Parker y esa fue mi apuesta”, aunque no debemos olvidar que sobre el francés se cernió, inquietante, y durante varias temporadas, la amenaza de la contratación de Jason Kidd. Con Ginobili, en cambio, como viene a reconocer Popovich, fue todo lo contrario. “Con Manu tuve que renegar de mis funciones como entrenador. Supe enseguida que no le gustaba que le apretaran o le dijeran lo que había hecho mal. Si hubiera actuado con él como con el resto de jugadores lo habría perdido para la causa”.

Así hasta 2007, año del cuarto anillo de Pops y Duncan. O mejor dicho, hasta 2010, fecha clave para la buena salud que conserva la dinastía a febrero de 2015. Tras ser barridos por los Phoenix Suns en la primera ronda, todos los miembros del staff técnico de San Antonio se reunieron para analizar lo sucedido. Las conclusiones a las que llegaron serían definitivas:

1. No podemos seguir basando el juego de ataque únicamente en los balones interiores. El juego ha evolucionado y ahora hay toda una serie de jugadores, bases o escoltas (pensaban en el daño que les había hecho Steve Nash), con mucha mayor capacidad para construir juego que la de simplemente meter un balón interior y retirarse.

2. Tim Duncan tiene 34 años. Tenemos que descargarle de responsabilidades en el marco de un sistema más flexible y dinámico en el que participe en diferentes posiciones.

3. Tenemos que jugar más rápido, imprimir un mayor ritmo a los partidos para solventar los problemas que empezamos a tener en estático.

Así comenzó un proceso de reconstrucción sobre la marcha que ha venido a culminar, en la primavera de 2014, con la más portentosa exhibición de juego colectivo que servidor haya visto en directo. No todo pasó, claro está, por la renovación sistémica pues, factor tan importante como éste ha sido, sin duda, su visión para detectar el talento de los jugadores y leer, entre la ingente cantidad de datos que suelen incorporar los informes de los seleccionables en el draft, lo verdaderamente importante: el alma del jugador.

Kawhi Leonard, número 15; Tony Parker, número 28; Thiago Splitter, número 28; Danny Green, número 46; Manu Ginobili; número 57. Todos ellos jugadores importantes en la rotación. Por no seguir con Joseph (29), Mills (55) o por no extenderme en el caso de Boris Diaw, repudiado en diferentes franquicias por su ética de trabajo y por ser poco agresivo. Ya saben, sí, por pasar demasiado la bola. Pero quizá el mérito no resida únicamente en la selección, sino también en el plan de acogida. “Cuando fichamos a un jugador no nos preguntamos qué nos puede ofrecer, sino cómo le podemos ayudar”, asegura R.C. Buford, actual jefe de operaciones. Envidiable.

Los Angeles Clippers v San Antonio Spurs - Game One

Todo nos conduce, finalmente, al pasado mes de junio, a la mejor final de lo que llevamos de década en la que, con una media de 353 pases por partido, los chicos de Popovich, se vengaron de la derrota del año anterior frente a Miami. “No lo hacemos por estética, lo hacemos por necesidad. Necesitamos hacer trabajar a la defensa y eso solo se consigue circulando el balón. El balón siempre viaja más rápido por el aire que nuestros pies”. Así se expresaba Manu Ginobili y, aunque tenga razón, aunque no haya nada de concesión graciosa a la estética, joder qué emocionante fue poder verlo.

Aquel fue el boceto más perfecto que hasta la fecha nos ha enseñado el maestro Popovich. Sí, digo bien, boceto, porque para Popovich, como para Sherezade, todo cuento es una historia que no termina y todo trazo, una mancha que algún día terminará encontrando su sentido. Para nuestra fortuna, la cuenta no se ha detenido. Habrá más noches y más cuentos. No dudéis en leérselos, si sois padres, a vuestros hijos.

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