Día 3. Dormir poco y sudar la camiseta


 

 

Pabellón SXXI-crop

 

Una de las cosas que me preocupan de este curso es llegar al final del mismo irreconocible, parecerle un extraño a mis familiares y amigos y no identificarme siquiera con el tipo que me saluda por la mañana en el espejo. La falta de sueño y de actividad física, unidas a las altas exigencias atencionales van mermando la inocencia de nuestros rostros dotándolos, tal vez, de la dureza en las facciones que necesitaremos para no hacernos pequeñitos delante de una plantilla de profesionales con un ego de proporciones considerables.

Me consuela la compañía, a estas horas intempestivas, de Lucas Mondelo, seleccionador nacional femenino, en la mesa de al lado. Para él la una y veinte suele ser hora de cafés solos y pinzas en las pestañas, hora, en definitiva, de preparar concentraciones y partidos. Sus ojeras le definen tanto como sus títulos, incluida esa maravillosa Euroliga en Salamanca, y aunque en el pasado fui crítico con el efectismo que perfuma sus tiempos muertos, mañana estaré atento a cuantos detalles pueda revelar sobre el secreto del éxito. Y sí, seguramente uno de ellos sea, precisamente, dormir poco.

Dormir poco y sudar la camiseta, algo que he empezado a hacer, por fortuna para mí, al participar como jugador echando una mano en las prácticas de los compañeros (justo en el Pabellón Siglo XXI que aparece en la fotografía). Algo, mejor dicho, que no he dejado de hacer en todo el día bajo las llamas que se desprendían de ese sol que parecía no querer abandonar el cénit del cielo zaragozano. Por cierto, al regresar del pabellón hacia el hotel caminando por la zona de edificios construidos ex profeso para la EXPO me entró una mezcla de admiración y vergüenza. Y es que las construcciones son magníficas y sostenibles, pero están vacías. Nuevamente el plan de viabilidad para un gran acontecimiento quedó en papel mojado. Ya me dirán qué pinta una cabina de teleférico enfrente de la ventana de la habitación (mañana se la enseño).

Pero la verdadera motivación para seguir adelante inmerso en este ritmo frenético, más allá de la que proporcionan esos ojos marrones a los que canta Van Morrison, es la interacción con los compañeros. Hasta hace poco conté con la compañía en la terraza del hotel de Fernando, Alexis y Denis con quienes comparti unos cortes del España-Serbia del Eurobasket de 2011 aderezados por unas cañas. A los dos últimos debo achacar el acento gallego que se me está formando y que endulza mi habitual castellano meseteño, exquisito en el uso de la gramática, pero rudo como él solo. En fin, aceptaré este daño colateral en el marco de un aprendizaje colaborativo que es el que proporciona este curso más allá de las exigencias competitivas que se engarzan transversalmente a lo largo de todo el proceso.

Y poco más. Ya me recojo. Hoy la banda sonora, propuesta por el hotel, es anónima o, mejor dicho, irreconocible por parte de estos oídos acostumbrados al caviar de los títulos y autores ya apuntados en este diario y de otros que seguiré añadiendo en los próximos días. Me recojo principalmente porque son las dos menos veinte de la madrugada del día 16 de julio y porque Lucas Mondelo nos ha recomendado dormir un poco mientras, eso sí, reconocía haber llegado a casa, a la vuelta de su particular experiencia en el Curso Superior con unas ojeras del tamaño de la órbita de Saturno. Y sí, nuevamente las exageraciones son añadiduras mías.

Un abrazo, mañana más y mejor desde Zaragoza donde espero poder seguir durmiendo poco y sudando la camiseta. Y sobreviviendo, claro, para contarla.

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