Se reservó la final del oeste sus mejores galas para lucirlas la pasada noche. Al fin llegó la emoción a la eliminatoria en forma de jugadas decisivas e incluso cinco minutos extra. Y es que, por paradójico que resulte, los estilos de juego de Spurs y Thunder, antagónicos en su concepción, coincidieron en la suma de 101 puntos al término de 48 minutos.
Dominaron los amantes del bote y el contacto el segundo cuarto fijando una notable renta de cara al descanso. Remontaron y se pusieron en franquía los de la secta del pase extra y el tiro abierto durante un tercer cuarto de libro en el que se impusieron por 37 a 20 tras enterarse en el descanso de que Parker no podría volver a la pista. La dinámica de todo el año no se vio siquiera amenazada por la baja de una estrella de la liga. Primero Joseph, luego Mills y por último Ginobili suplieron la ausencia del francés guiados por la batuta de su técnico. Y es que repasando la planilla te das cuenta de que cinco jugadores de los Spurs se fueron a doble dígito, de que diez anotaron y de que once jugaron una suma de minutos destacable (al menos siete). A veces sería bueno recordar que no siempre el colectivo subsume al individuo, sino que a veces lo engrandece. San Antonio es el mejor ejemplo.
Todo lo contrario sucedió en Oklahoma donde sólo cinco jugadores anotaron yéndose, eso sí, dos de ellos a más de treinta puntos. 65, concretamente, sumaron Durant y Westbrook sobre un total de 48 tiros. Nada mal si ello no viniera precedido de innumerables botes, de jugadas sin un solo pase y compañeros viendo jugar. Como se ha podido notar no me gusta el proyecto de los Thunder, no me gusta el perfil de jugadores sobre el que está construido. Es una torre que llama la atención por sus materiales pero que se tambalea por los cimientos y no hablo sólo del banquillo. No creo que se pueda hacer baloncesto sin tener un jugador al que darle un balón en poste medio, sin un mejor reparto y selección de los tiros o sin un verdadero base, al menos en la rotación. Durant, además de mejorar en innumerables facetas del juego y de estudiarlo hasta convertirse en el conocedor de baloncesto que otras estrellas del pasado fueron, debe replantearse su futuro en Oklahoma o contribuir, también en los despachos, a la construcción de un proyecto verdaderamente ganador.
Vuelvo al partido para destacar la presencia de Boris Diaw, el jugador más inteligente de nuestros días, un filibustero amante de la finta y la filigrana. Un gran pasador con suficientes recursos para sumar puntos sin despegar los pies del parqué. Su presencia en pista fue decisiva para generar múltiples desequilibrios y para hacerle más fácil la vida a Tim Duncan. Tim Duncan, por cierto, que por sus 19 puntos y 15 rebotes y, especialmente, por asumir la responsabilidad durante la prórroga, merece una mención de honor. A la vista una sexta final para un quinto anillo.
Les espera Miami, la apuesta de la ciencia y la evolución, una máquina bien engrasada de defender y correr con, tal vez, el mejor tres de la historia al mando. Pero San Antonio debe ser de nuevo la apuesta del buen aficionado al baloncesto, del que sabe apreciar el aroma intenso, que no rancio, de esta cosecha de otra década que se resiste a plegarse a las nuevas generaciones y su manera individualista de entender el baloncesto.
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