Si es verdad que el fútbol es un estado de ánimo, déjenme contarles que el baloncesto es una actitud. Se juega como se entrena, como se prepara el partido, como se afronta la profesión. Y es que el baloncesto es una cosa muy seria, aunque a veces pueda resultar divertida. Con la seriedad precisa, con el oficio acostumbrado y con la careta de ganadores, así salieron los Heat de Miami a un encuentro que terminaría concediéndoles el pase a la cuarta final consecutiva.
“Son el Jordan y los Bulls de nuestro tiempo”, admitía Frank Vogel refiriéndose a Lebron y los Miami Heat. Supongo que le podía el peso del bochorno, que hablaba por él la decepción de estos tres años en los que han sido incapaces de cambiar el rumbo de la historia. Su apuesta personal de baloncesto defensivo y confianza en el colectivo dejó al descubierto todas sus carencias. Sólo hubo una defensa agresiva, responsable y solidaria, sólo un equipo con roles definidos y jugadores generosos sobre el campo. No fue Indiana.
Con esto no quiero decir que la afirmación de Vogel esté fuera de lugar. Después de lo visto anoche, en el primer partido que los Heat asumen como un desafío personal y definitivo, es difícil imaginar un campeón de la NBA diferente. Después de asistir al dominio de los tiempos de Lebron, a su despliegue físico y competitivo, resulta casi imposible imaginar que un equipo que no cuente con él pueda levantar el trofeo. Más aún cuando está rodeado de hall of famers, de otros veteranos que no tendrán tal honor pero que conocen las claves del triunfo y de un Chris Bosh al que algún día valoraremos con justicia su decisiva participación en este período de gloria. Reconvertido a zafador, a tirador de media y larga distancia, su capacidad de intimidación y su trabajo silencioso en la pintura le hacen merecedor de todos los reconocimientos.
Y en fin, por ser el formador y comercial de la filosofía del sacrificio y el arquitecto de la mejor defensa de ayudas del campeonato, por su buena gestión de los egos y por su dirección de partidos. Por tantos y tantos detalles a los que atiende con el rigor de quien ama su oficio, enhorabuena también a Erik Spoelstra, el joven filipino que ha hecho que la sombra de Riley sea, no sé si menos alargada, pero sí menos densa.
Del partido en sí, poco que decir. Fue un paseillo de 48 minutos, una concesión a la fiesta por parte de unos Pacers en los que sólo West completó una actuación decorosa. Lo intentó Stephenson poniéndole color y teatro a la vida, pero sus tres triples tempraneros quedaron diluidos entre el baño de baloncesto que le dieron los Heat. No hubo nada que hacer, Miami se puso el disfraz de campeón y ya espera rival.
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