Cuando era pequeño el aficionado al baloncesto era mi hermano y yo miraba los partidos con él sin gran interés en un principio. Eso creo por cuanto guardo poca memoria de partidos de baloncesto anteriores a la temporada 89-90. Me interesaba mucho más la fórmula uno. El fútbol tal vez me atrajera un poco más que el baloncesto.
En aquellos años de infancia, el uniforme y que el nombre no incluyera la ciudad hacían que fuera partidario de la Real Sociedad. Por deseo de variación y alguna entrevista a aficionados antes de algún Barça – Madrid (ya saben “queremos ganar 1-0 con penal injusto en el último minuto” ¡viva la deportividad!), entre otras razones, ya pronto generé un marcado antimadridismo. También antibarcelonismo. Cuando me enteré del 4-0 del AC Milán al Real Madrid me reí durante cinco minutos. Luego viendo las quejas del público contra cualquier decisión arbitral contra su equipo, por justa que fuera y algunos casos de comportamiento bárbaro en campos de fútbol acabé por perder interés en el fútbol. No sólo por eso en términos absolutos, sino porque en el baloncesto apenas veía esos comportamientos, además de que me daba cuenta de que con los partidos de baloncesto me entretenía mejor.
Así que me pasé al baloncesto, dejé de ver fútbol, salvo competiciones internacionales, y empecé a prestar más atención a los partidos de baloncesto. Y mi interés fue creciendo. Pronto creé preferencias, primero el Joventut, luego el Estudiantes, tercer puesto el TAUGRES, cuarto el CAI (sí, desde el principio tengo una clasificación de preferencias que puede cambiar durante la temporada). Y aunque en los enfrentamientos Madrid-Barça en la fase final iba con el Barcelona, en la liga regular iba con el Real Madrid. No, en el baloncesto no tenía ese sentimiento en contra de esos dos equipos. Si perdían en la Copa de Europa no me hacía ninguna gracia. Y eso se debía a dos jugadores: uno era Epi, el otro era Fernando Martín.
Un jugador al que los carteles de la televisión, cuando llegaba antes de que mostrase la plantilla, daban 2,10m, aunque en realidad era un 2,05m, que se movía con mucha mayor agilidad que otros cincos como Romay. Qué le voy a hacer si en aquel tiempo me fiaba de los carteles. No solo era rápido sino que también era fuerte y capaz de resistir los choques. Lo veía luchar como un jabato dentro de la zona, dando una sonora colleja a la frase de que el baloncesto es un deporte de afeminados; pero que al mismo tiempo tenía una muñeca de seda con la que tiraba de tres con gran acierto. Era un placer mirar. Por verle jugar me alegraba cuando me decía mi hermano “hoy dan el Real Madrid -”, ya no me importaba quién fuera el rival. Un partido con Fernando Martín era como un partido en el que se pudiera ver a alguno de mis otros máximos favoritos de aquellos años: Tikhonenko y Marciulonis. Había que verlo por encima de todo. Y sin tener aún pajolera idea de baloncesto, más que las reglas básicas y que era entretenido, tenía claro que él era el líder del Real Madrid y de la selección. ¿Cómo traspasar al baloncesto mi antimadridismo cuando tenía a un jugador tan brillante? Era sencillamente imposible.
Era el mejor. Por eso se había ido a esa competición de los Estados Unidos que tan buena y exclusiva era, cuando nadie podía llegar de fuera hasta allí. A mí me pareció normal. Hay una liga superexclusiva donde sólo juegan los mejores y Fernando Martín va a jugar allí, ¡pues claro!, si a alguien que juega como él no se le acepta en la NBA ¿quién va a ir? Sólo Marciulonis podría tener opción. Primer jugador español en ir a la NBA y segundo europeo. Cuando ir a la NBA era una auténtica hazaña que no estaba al alcance ni de los mejores. Antes de que draftearan a cualquiera, hasta a Serge Zwikker o Chris Jent (de infausto recuerdo para cualquier aficionado del Joventut). Y todos sabemos lo que pasó, su estatura le llevó a ser desplazado al puesto de alero, que no lo era y no pudo tener los minutos que en su puesto hubiera merecido. Algo que tenía un lado bueno: Fernando Martín volvería a la ACB y podría verlo de nuevo.
Y volví a alegrarme por la emisión de partidos del Real Madrid, aunque quisiera que la liga la ganara antes el Joventut, el Estudiantes, el TAUGRES o el CAI. Las penas con Fernando Martín dejaban de serlo. Y cuando enfrente estaba Audie Norris… me daba ya igual todo, lo único claro es que quería más. Eso era baloncesto; mucha técnica y lucha intensa, muy lejana de cualquier miedo al contacto, de cualquier acusación de afeminamiento, más brutal que cualquier jugada que haya visto en el fútbol, si excluimos entradas criminales de las que rompen huesos.
Sí, Fernando Martín no tenía nada que envidiar a nuestra generación actual de baloncestistas, aunque no se lograra ganar ningún oro; con él España llegó al primer nivel mundial, una de las pocas selecciones capaces de derrotar a la URSS. Él llegó a la NBA cuando era prácticamente impensable que un europeo diera el salto. Con él el baloncesto creció en interés en España y se afianzó como el segundo deporte. Si no hubiera sucedido así, con un seguimiento menor, quién sabe si la generación actual hubiera podido llegar hasta donde ha llegado.
Con su muerte se llenó de dudas el futuro de la selección. No estaba su alma, su jugador más importante. Realmente, nadie podía estar a su altura y se temía que sin él no se podrían repetir los éxitos pasados, que la selección volviera a la mediocridad anterior. Décimo puesto en el siguiente mundial, la peor en mucho tiempo, bronce en el europeo y finalmente el angolazo en las Olimpíadas antes del relevo generacional y cambio de seleccionador. Una nueva generación que pagó caro no disponer de un pívot como Fernando Martín, capaz de resistir el contacto, una generación en que los pivotes volaban tras cada choque. Era cierto, salvo el canto de cisne de 1991, sin Fernando Martín la selección ya no sería la misma; España tendría que esperar casi una década para volver a luchar por las medallas. Verdaderamente era un gigante del baloncesto español y también de Europa.
Siempre que recuerdo los ochenta recuerdo a Fernando Martín y el vacío que quedó tras su muerte. Siempre flotará la pregunta de dónde hubiera estado la selección de los noventa si no lo hubiéramos perdido Fue el jugador que más hizo por que pudiera engancharme al baloncesto, de aquellos años es él y sus duelos al que más echo de menos, son lo que mejor recuerdo de antes de que el baloncesto me atrapara definitivamente. Y ahora necesito hacer una nueva búsqueda de vídeos suyos por internet.
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