Haciendo un símil con la selección española de baloncesto y las recientes Olimpiadas de Londres, esta generación de oro ha podido realizar ‘su último baile’. Probablemente todo lo que hemos vivido durante todos estos años podría haber tenido su conclusión en la final de estas pasadas Olimpiadas. Y es que desgraciadamente todo lo bueno, tarde o temprano, se acaba. Es así de simple. ¿Cuánto veces habremos soñado con parar el tiempo para que grandes genios del basket nunca envejecieran?, al menos personalmente muchísimas. Por tanto, creo que al mirar atrás con esta selección, todos firmaríamos con detener el tiempo o encontrar la pócima de la eterna de juventud para que los Pau, Navarro, Calderón, Jiménez, Mumbrú o Garbajosa –grandes artífices estos tres de los éxitos cosechados- fueran eternos y mantuvieran su supremacía mundial –si exceptuamos a la selección USA que son de otro planeta-, o dinastía.
Uso el término dinastía y solo debería usarse para hablar de los imperios chinos que duraron siglos. Pero tras estas Olimpiadas, dinastía es la única expresión que me viene a la mente y que realmente define la grandeza de esta selección, una selección que lo ha ganado todo: Mundial, Eurobasket y Olimpiadas. Si Olimpiadas, porque esas dos medallas de plata son sinónimos de oro al habérselas tenido que ver con versiones posteriores del único y genuino Dream Team.
Tras la borrachera de éxitos, esta generación de oro plantearon nuevas interrogantes al inicio de las Olimpiadas: ¿Por qué no ganar otra medalla en este último baile?, ¿Por qué Pau y Navarro no deberían llevar a la selección a la altura que solo alcanzan los emperadores?… Cuestiones o retos que estos jugadores aceptaron como motivaciones ante el hastío de tantos títulos, gloria y los pocos retos presentados por sus oponentes. Porque quien ejerce una dinastía encuentra su peor enemigo en la supremacía y tiene buscar retos en uno mismo, una vez que tus rivales han dejado de presentarte nuevos desafíos.


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