WELCOME, DON ANTONIO


Antonio Díaz Miguel

Coach Smith told me: “why don´t you improve your english? And then I asked him: “Why don´t you improve your spanish”? Así comenzó Antonio Díaz Miguel, –disculpándose a su manera por su limitado maneja del idioma–, su discurso de aceptación a formar parte del Hall of Fame del baloncesto en Springfield, Massachusetts. Su padrino aquella noche fue Lou Carnesecca y sus agradecimientos lo fueron, además de para su mujer (por nunca ponerle en el brete de decidir entre ella y el baloncesto), para John Wooden, Bobby Knight y el propio Dean Smith, a los que trató de amigos, de “very close friends”. Era 1997 y su divorcio con los estamentos, la prensa y todo lo que tuviera que ver con el baloncesto en España era ya total. De ahí que no extrañaran los silencios y omisiones con que aderezó su conferencia.

Como suele suceder en estos casos, pocos podían imaginar que Alcázar de San Juan, en la provincia de Ciudad Real, pudiera ser la sede del bautismo de un futuro hall of famer del baloncesto. Todo se entiende mejor con el internamiento del joven Antonio en el colegio Magariños de Madrid, donde después de un largo “affaire” con el fútbol se convirtió al baloncesto. Tenía 17 años y a los 19 era ya internacional. Jugó en Estudiantes, club en cuya fundación participa, y en el Real Madrid, siendo uno de los primeros ejemplos de este trasvase intraurbano, ahora tan habitual. Con su metro ochenta y cinco hacía estragos bajo los tableros. España era un país de enanitos y el baloncesto un extraño deporte aún en pañales.

Su carrera como entrenador comienza pronto. Dos años en Bilbao y otros tantos con la selección junior precederán a un largo periplo como seleccionador nacional. Destituido Pedro Ferrándiz tras el fracaso del Europeo de 1965, (en el que España es 11ª) Saporta decide apostar por Díaz Miguel para el puesto, en principio de manera provisional. Su idea era que el exitoso entrenador de la Universidad de Cincinnati, Ed Juncker, ganador de dos títulos universitarios (gracias, entre otros, a Oscar Robertson), asumiera este puesto toda vez pudiera desvincularse de dicho programa. Pero aquel verano, –con aquellos Juegos Mediterráneos de recuerdo agridulce a cuya finalización el propio Antonio llegó a presentar la carta de dimisión–, (que Ferrándiz desestimaría) sería el primero de muchos, la lanzadera de una longeva carrera al frente del “equipo nacional”.

Lógicamente, veintisiete años dieron para mucho. Las circunstancias, positivas y negativas, se relevaron en el tiempo y, bueno, lo mismo sucedió con los resultados, muchos de ellos históricos, en uno y otro sentido. Pero antes de hablar de sonrojantes derrotas o medallas de imborrable recuerdo, quiero hacerlo de su indiscutible legado como adalid de un proceso, el de profesionalización del baloncesto español, tan inevitable como incómodo de abordar.

Para poder hacerlo, Antonio, aunque de natural orgulloso, decidió empezar a viajar anualmente a los Estados Unidos para aprender los métodos en los que se había iniciado a través, precisamente, de Ed Juncker (quien, aunque no llegó a ser seleccionador, sí que aceptó asumir el cargo en el combinado juvenil). “Busqué desesperadamente a John Wooden, que lo ganaba todo con UCLA, pues supuse que él había descifrado finalmente el artificio del huevo de Colón”. Y dio con él. Y lo que es más, este le acogió en una reunión familiar que estaba organizando en su casa. Desde entonces fueron, ya lo saben, “very close friends”.

De Wooden, el corte de UCLA; de Smith, la defensa presionante de “saltar y cambiar”; de Knight, numerosos sistemas ofensivos; de Carrill, las claves del ataque Princeton. De todos ellos, y esto escoció en la imberbe y perezosa España, los métodos basados en la repetición y la urgencia de mejorar en el apartado físico. Todo eso aprendió. Y todo eso quiso trasplantar en nuestro país, aún una dictadura en lo político y un monopolio, del fútbol, en lo deportivo, aunque algunos genios ya hubieran empezado a asomar la cabeza (Santana, Nieto, Ballesteros).

En el camino, mientras hacía pedagogía, y proselitismo, del baloncesto norteamericano, y los jugadores se adaptaban al rigorismo de sus métodos, llegaron los resultados. Fue increíble la plata de 1973 en el Europeo de Barcelona, conquistada venciendo la oposición de la Unión Soviética, campeona olímpica en Munich (de aquella manera), en semifinales. De igual mérito, aunque suene a menos, fue el quinto puesto en el Mundial de Puerto Rico en 1974. También el cuarto en el Mundial de Colombia, en 1982, y la nueva plata en Nantes, en 1983, anticipo inmediato de la noche más mágica de la historia de nuestro baloncesto a.G (antes de Gasol).

Fue un 9 de agosto de 1984, contra Petrovic, Nakic, Dalipagic y el resto de yugoslavos ante los que siempre, hasta aquella fecha, nos habíamos sentido acomplejados. Pero aquella noche no solo se les ganó, sino que se les dominó. Muchos españoles se frotaban los ojos y se decían, los unos a los otros, tal vez para borrar la incredulidad de su rostro, “España está ganando a Yugoslavia”. Y así fue. Aquella noche se certificó una plata y se le dio el empujón definitivo a un niño, el baloncesto español, que ya podía empezar a caminar por sus propios medios.

Una derrota ajustada contra los soviéticos en el mundial de España de 1986 impidió a aquella magnífica generación redondear su gesta. Aquel quinto puesto, junto con el decepcionante cuarto del Europeo de 1987, puso fin a la espiral positiva, hecho que vino a certificar la derrota ante Australia en los cuartos de final de los Juegos Olímpicos de 1988. A partir de entonces se sucedieron los conflictos, tanto externos como entre jugadores y seleccionador. Cada convocatoria del técnico daba pie a numerosos descontentos y fabulaciones. Tenía a la prensa en su contra, a los directivos de la federación buscándole un sustituto (sonó muchas veces Aíto) y a los jugadores amotinados a propósito del trato que recibían por su parte. Aun sí, aun viendo sombras moviéndose en las paredes, decidió continuar. Y no le desanimó el décimo puesto del Mundial de Argentina de 1990, seguido de un reparador bronce en el Europeo de 1991. Pero el batacazo de los Juegos de Barcelona, a los que los jugadores no llegaron en su mejor momento como consecuencia de una huelga convocada para la reivindicación de sus derechos ante la federación, fue definitivo.

A partir de entonces, una breve experiencia en Italia y otra, algo más extravagante si cabe, dada la naturaleza del personaje, en el Pool Getafe de Liga Femenina. Ninguna oportunidad en un grande (o no tan grande) de la liga ACB. Sólo breves colaboraciones en los medios y un incómodo e injusto silencio en torno a su figura. Luego sí, claro, loas y alabanzas a su muerte, prematura como consecuencia de un cáncer. Casi tan tardías como la Cruz al mérito deportivo que le entregara Mariano Rajoy en su propia casa (en realidad una oficina repleta de papeles y cintas de vídeo) doce días antes de su fallecimiento. Pagó, claro, la factura que tuvieron que abonar, también, todos los innovadores, los científicos locos, los adelantados a un tiempo presente que es, por definición, más amigo del pasado que del futuro, porque al menos al primero lo conoce. También, al parecer, el coste de una personalidad cuanto menos complicada, casi neurótica.

Después de leer numerosos artículos a propósito de su figura y de preguntar a mis mayores por este pionero del baloncesto, no me queda claro si fue héroe o villano; si del genio tenía sólo su carácter malhumorado o, si por el contrario, fue, ante todo, un incomprendido. Sea como fuere me gustaría imaginármelo ayer, en el decimoquinto aniversario de su muerte, sentado en una mesa redonda junto a Dean Smith y John Wooden hablando de los viejos tiempos, –de baloncesto, claro–, con quienes se lo enseñaron todo. Con quienes mejor le entendieron. Con quienes, seguros de su talento, no tuvieron problemas en compartirlo dándole al señor Díaz Miguel una cordial bienvenida. La que no siempre recibiera en su casa Don Antonio.

Siga descansando en paz.

 

2 respuestas a “WELCOME, DON ANTONIO

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  1. En mi opinión Días Miguel fue un innovador al traer métodos aprendidos con Deán Smith, Lou Carnesseca o Wooden, pero luego no fue capaz de reciclarse y esos métodos que al principio fueron una revolución acabaron anticuados y acabó siendo devorado por su propio éxito inicial.
    Una pena, porque fue el responsable del gran boom del baloncesto y también del batacazo más sonoro hasta el de este verano.
    Sin duda, un tipo muy peculiar.

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  2. Seguramente fue ambas cosas: Héroe y villano. Héroe, en una etapa inicial y media, porque nadie puede negar que suyo fue el trabajo de modernizar el baloncesto español, (y no digo con esto que nadie más habría podido hacerlo, pero sí que fue precisamente él quien se lo curró). Pero también al final, villano. Porque no me creo que él no fuera perfectamente consciente de que, inundado de su propio éxito, se convirtió en un dinosaurio. Acabó haciendo algo muy español, con eso de no quererse ir a tiempo del banquillo de nuestra selección, impidiendo con eso que alguien continuase el trabajo de modernización que él empezó. Ningún país se merece tener el mismo entrenador durante tantos años, simplemente no puede ser bueno.

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